Después de todo el verano sin coger la bici, ni en Julio ni en Agosto, empezamos ahora el curso con una pequeña excursión.
Quedamos Chema, Rubén y yo en la cafetería habitual, a las siete y media. Yo, por mi parte, me había quedado el día anterior hasta las cuatro de la mañana enganchado con un jueguecito de ordenador. Chema, por la suya, se acaba de comprar un bici y venía con ganas de estrenarla. Mi idea era un paseo tranquilo. La de Chema creo que no.
Puesto que es la primera carrera después de mucho tiempo, decidimos -yo- ir a Alovera, ya que no es mucha distancia y es llano. Resulta que llegamos allí demasiado pronto, a las nueve, y además había fiesta. Viendo el bar de la pancena lleno de borrachuzos, las vaquillas corriendo por las calles del pueblo y las ganas locas que tenía Chema de hacer kilómetros con su bici nueva, decidimos -Chema- acercarnos hasta Guadalajara.
Dicho y hecho, llegamos allí y, después de liar a la pobre camarera, nos tomamos nuestro bocata de bacon. Si es que muchas veces, a la hora de pedir, no sabemos lo que queremos, pedimos todos a la vez y luego cambiamos de idea sobre la marcha.
A la vuelta nos paramos en Azuqueca en una fuente, pero yo, vago de mí, decidí sentarme en un banco, y Chema y Rubén, vagos ellos también, rápidamente se apuntaron a acompañarme. Un ratillo de descanso.
Entre Azuqueca y Alcalá se me soltó un cable de la zapata del freno, por lo que la rueda iba rozando. Como me parecía que me había esforzado poco, decidí dejarlo así, de esta forma hacía más ejercicio con las piernas y la bici corría menos. Hice en esas condiciones un par de kilómetros, al cabo de los cuales, me di cuenta de que la bici no andaba no porque mis piernas no pudieran, sino por la voluntad de la zapata.
Llegada a Alcalá cerca de la una y a ver si hay suerte y puedo echar la siesta esta tarde.
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